Paula Aguilera, doctorande en musicología, prepara una tesis centrada en teorías de género y estudios musicológicos queer. Hoy nos regala un poco de su sabiduría para estrenar el mes de febrero con buen pie.
“Casillas binaristas, no habrá otra opción”, canta Putochinomaricón (Chenta Tsai) en “El Test De La Bravo Y La Superpop”. La verdad es que me gusta decir su nombre artístico en alto porque, además de incomodar sobremanera al sector más purista y conservador, pone de relieve el potencial político de las lenguas. Y eso es precisamente de lo que me gustaría hablar, del lenguaje como herramienta de transformación.
Cada vez resulta más habitual cruzarse con palabras como “elles”, “todes” o “amigues” en redes sociales y, en el mejor de los casos, también habrán les lectores escuchado las terminaciones en -e en boca de algune conocide. Ello es lo que denominamos el lenguaje inclusivo, que se ha convertido en foco de críticas y polémicas en tiempos recientes. La última de ellas se ha dado en TikTok, la aplicación de microvídeos donde una profesora de lenguas ha contestado a una pregunta acerca del uso del pronombre “elle”, argumentando que el español únicamente contempla dos géneros sintácticos: el masculino y el femenino.
El principal problema de este argumento es que entiende el lenguaje como un sistema cerrado y estable, mientras que una visión más productiva sería, muy a pesar de la RAE, la de un engranaje dinámico y en constante evolución. Porque eso es precisamente lo que caracteriza a una lengua: su capacidad de adaptarse a las necesidades de les hablantes. El segundo problema del argumento, sin embargo, no atañe tanto al lenguaje en sí como lo hace a la ideología que esconde su respuesta. Tradicionalmente, la cultura occidental ha determinado una distinción binaria de los géneros, ligada a un sistema de sexo femenino / masculino. No entraré en este breve artículo en las implicaciones de asumir sexo y género como sinónimos, o incluso en visiones del sexo como distinción propiamente biológica, lo cual también podría problematizarse. Para ello pueden les lectores indagar en las profundidades de internet. Ahora bien, en un momento en que cada vez somos más las personas que exigimos que se reconozca nuestra identidad fuera del modelo binario y se nos incluya en los discursos, es evidente que hace falta una renovación en las estructuras morfosintácticas del español.
El debate alrededor de una mayor inclusividad en el lenguaje no es, en absoluto, una novedad, y mucho menos un invento de una sociedad posmoderna y burguesa, como se han atrevido a señalar algunos sectores más reaccionarios. En cualquier caso, propongo que echemos la vista atrás tan solo unos años. Una de las propuestas que mejor respuesta tuvo, y que hoy en día sigue aplicándose, es la de desdoblar los nombres genéricos. Así, en lugar de usar el masculino para referirse a un conjunto de sujetos, pasó a usarse tanto el femenino como el masculino en sintagmas como “los alumnos y las alumnas”. A raíz de esto, hubo quien decidió hacer un esfuerzo lingüístico para encontrar variantes sin género, como “el alumnado” o “el profesorado”, una herramienta de lo más útil y que animo a seguir usando. Sin embargo, el foco del debate no se pone tanto en el uso de los sustantivos genéricos como en la integración de una nueva variante del género gramatical, algo que en muchas lenguas ya existe y se conoce como “género neutro”. En inglés, por mencionar un ejemplo más conocido, se usa el pronombre “they/them” para referirse de forma neutra a un sujeto. En español, sin embargo, se propone el pronombre “elle”, además del morfema -e para terminaciones en sustantivos y adjetivos. De esta forma, no diríamos que “él es divertido”, sino que “elle es divertide”.
Varios intentos han precedido a la que parece ser la opción más aceptada por les parlantes. Primero llegó el uso de la arroba, y su consecuente crítica por mantener el sistema de género binario. Más tarde empezó a asentarse el uso de la ‘x’ como terminación neutra, criticada por su imposibilidad de traslado a la oralidad. Parece, pues, que la opción con más consenso es la de la -e, si bien cabe recordar que todavía hay quien prefiere el uso de la ‘x’. Ello se debe al gran abanico de posibilidades que se concentra en el uso de este morfema. Mientras que funciona únicamente como forma escrita, es entendida como un símbolo variable que engloba, en una misma letra, las opciones femenina, masculina y neutra. Por tanto, la palabra “todxs” es a la vez “todas”, “todos” y “todes”, aunque al leerlo en voz alta deberíamos pronunciar “todes”. Esta, para mí, es la opción más polifacética e inclusiva de todas las propuestas. Entonces, al referirme a un grupo heterogéneo de personas escribiría ‘ellxs” y pronunciaría “elles”, mientras que si me refiriese a un grupo de personas mayoritariamente no binarias usaría directamente el término “elles”. Hay quien prefiere ceñirse al uso de la -e tanto en formato escrito como oral, gesto igualmente aceptable e inclusivo. Eso es, a fin de cuentas, lo importante: que todo el mundo se sienta representado.
Retomando el caso del polémico vídeo de TikTok, el argumento con que la profesora remata su respuesta es que, supuestamente, se haría imposible reconocer a una persona no binaria. Ante eso, mi primer instinto es recordarle que, por esa misma lógica, es también imposible saber cuál es el género de nuestre interlocutore más allá de lo que cada unx reconozca como prototípicamente femenino o masculino. Pero en discusiones acerca de las diferencias entre identidad y expresión de género no voy a entrar ahora. Recomiendo una rápida búsqueda en cualquier diccionario online para solventar posibles dudas. En todo caso, un modus operandi más sencillo y respetuoso pasaría por tomar la costumbre de preguntar por los pronombres que la persona a quien nos dirijamos usa. De esa manera nos aseguraríamos de respetar todas las identidades y de no incomodar a nadie.
Finalizando esta intervención acerca del vídeo, solamente me queda añadir la relevancia del rol que cumple esta usuaria. No solamente usa una plataforma digital como TikTok para divulgar sus conocimientos acerca del lenguaje, sino que también trabaja a diario con alumnado adolescente. Es ahí donde debemos incidir en el uso del lenguaje inclusivo. Es imprescindible acercar la realidad de la inclusión a las aulas. No solamente permitirá que cada vez más niñes se vean representades desde edades tempranas y puedan tener un mejor acompañamiento en la infancia y adolescencia, sino que también es una manera de construir un entorno más consciente y tolerante para evitar que el colegio o cualquier entorno de socialización siga siendo un lugar hostil y violento para las personas disidentes.
Para cerrar esta breve reflexión a propósito del lenguaje y su polimorfismo, me gustaría acabar igual que he empezado, con una cita de Chenta Tsai. En su recomendadísimo libro, Arroz tres delícias: Sexo, raza y género (2019), dice en referencia a su nombre artístico: “apropiarnos de las palabras que pretenden volvernos débiles nos permite enfrentarnos a lo que nos oprime, lo que nos insulta. Es posicionarse como territorio político.” Salvando las distancias con su experiencia como persona racializada, esto es lo que hemos aprendido a hacer las personas disidentes: apropiarnos del lenguaje para exigir que se nos reconozca. Y eso es lo que seguiremos haciendo. Seguiremos buscando herramientas comunicativas para hacer de nuestra lengua un espacio seguro e inclusivo.
1 comentari
M’encanta aquest tipus de contingut. Em sembla molt interessant i necessari compartir aquestes reflexions. Gràcies!